El órgano sexual principal es la mente. Todo lo que sucede en el mundo real se crea primero en el cerebro. Allí, en ese territorio virtual, rico, complejo y sin límites, aparece el deseo, se alimenta la imaginación y se elaboran las más excitantes fantasías sexuales. Estas “películas eróticas” sin censura que cada uno crea en su cabeza forman parte de la más secreta intimidad.
Nacen gracias a la energía generada por las emociones, placeres prohibidos socialmente que la represión sujeta, recuerdos gratos que se hacen recurrentes, necesidades sexuales insatisfechas que buscan una salida, antiguas frustraciones que orbitan en la mente hasta que reaparecen con la forma de escenas eróticas. Son las aliadas inseparables del buen sexo.
A través de las fantasías y de sus vuelos sin límites se pueden superar las represiones y los tabúes.
Nada es imposible en la mente y todo está permitido.
Pero no son simplemente abstracciones que dejan de lado el mundo real. Al contrario, tener fantasías (todas las tienen, pocas las confiesan, algunas las niegan) contribuye a mejorar las relaciones: actúan como potenciadoras del deseo y generan un grado de excitación extra que permite alcanzar cuotas más altas de goce.
Enriquecen las relaciones sexuales y combaten la rutina de la pareja. Incluso generan un incremento de la autoestima y de la seguridad en las personas que aceptan sus fantasías sexuales, que liberan su imaginación sin el freno que les impone la conciencia (con la moral como principal influencia).
No todas están dispuestas, sin embargo, a comentarlas y hasta se sienten culpables porque sus elucubraciones eróticas no tienen como compañero a su pareja, incluso creen que son infieles. En realidad el problema no es la fantasía, sino la culpa, que es preciso superar. Esto sucede con muchas mujeres. Su inconsciente no las libera lo suficiente para animarse a vivir sin prejuicios sus sueños eróticos. Y acaban censurando y coartando sus ficciones íntimas. Los tabúes persiguen hasta la imaginación. Quizá por eso muchas mujeres no se atreven a contar sus fantasías ni siquiera a la propia pareja, porque piensan que son tan audaces sus historias virtuales que superan el pudor permitido. Y porque, en ocasiones al contarlas pasan a ser parte del mundo real y pierden la ensoñación. Otras, en cambio, se entusiasman y pretenden hacer realidad esas fantasías cuando no evocan algo pasado sino que recrean un deseo insatisfecho. En algunas circunstancias no es recomendable llevarlas a la realidad, por ejemplo cuando deben participar desconocidos/as que no conocen el «guión» y tampoco se pueden controlar sus reacciones.
No compartir una fantasía no debe provocar sentimientos de culpa en quien la tiene; solo se trata de un juego excitante y abstracto al que hay que perderle el miedo, simplemente porque es un producto de nuestra imaginación, divertido y excitante que alimenta el erotismo.
Alicia Gallotti
Escritora especializada en sexualidad y relaciones de pareja.